Mucho antes de convertirse en un gesto de moda, el flequillo fue un elemento cargado de significado social, cultural y simbólico. Aunque no siempre fue protagonista, su presencia —ya fuera evidente o sutil— ha acompañado la evolución del cabello desde tiempos antiguos, representando conceptos tan diversos como el poder, la espiritualidad o la obediencia a cánones estéticos.
Egipto y Mesopotamia: orden, geometría y jerarquía
En el antiguo Egipto, tanto hombres como mujeres de las clases altas llevaban elaboradas pelucas que a menudo incluían un flequillo recto y grueso. Estos estilos representaban no solo estética, sino también estatus, limpieza y divinidad. El cabello natural era visto como vulnerable frente al clima y los parásitos, por lo que las pelucas ofrecían protección y, a su vez, un lienzo para mostrar riqueza y sofisticación.
En Mesopotamia, aunque el cabello largo y trabajado era habitual, los sacerdotes y algunas figuras de alto rango usaban cortes más estructurados donde podían observarse mechones frontales estilizados, una forma ancestral de controlar la imagen pública a través del cabello.
Asia: identidad, espiritualidad y control social
En culturas como la china o la japonesa, el cabello era parte integral de la identidad espiritual y social. La longitud y el cuidado del cabello simbolizaban respeto por la tradición y honor familiar.
En el Japón feudal, el peinado tradicional samurái —el chonmage— exigía afeitar la parte frontal de la cabeza, un gesto que eliminaba cualquier posibilidad de flequillo. Esta práctica no era estética, sino un símbolo de estatus, lealtad y diferenciación de clases.
En la China imperial, las mujeres aristocráticas utilizaban ornamentos que, en ocasiones, moldeaban pequeños mechones sobre la frente, aportando un primer atisbo decorativo a lo que luego evolucionaría como flequillo.
Grecia y Roma: el cabello como marco social
En la antigua Grecia, la belleza femenina se asociaba a cabellos largos y trenzados, dejando el rostro despejado. Sin embargo, en algunas esculturas clásicas y retratos, se pueden observar ondulaciones suaves y mechones sueltos sobre la frente, que aportaban una dimensión más romántica y humana a los ideales de belleza estrictos.
En Roma, la estética capilar alcanzó cotas de complejidad impresionantes, aunque predominaba la frente despejada como símbolo de juventud y virtud.
Edad Media y Renacimiento: belleza y moralidad
Durante la Edad Media, el cabello era un símbolo de castidad y modestia. Las mujeres de alto rango cubrían su cabello, dejando al descubierto una frente amplia, considerada ideal. La depilación de la línea de nacimiento capilar llegó a ser habitual entre la nobleza para lograr este efecto.
Fue en el Renacimiento cuando empezamos a ver una liberación progresiva del cabello: peinados donde rizos y ondas naturales enmarcaban el rostro. Aunque aún no existía el concepto de flequillo como lo entendemos hoy, esta evolución fue fundamental para su futura aparición.
Siglo XIX: hacia un flequillo incipiente
Con el romanticismo y los ideales victorianos, el cabello volvió a ser celebrado en su forma más natural. Aparecen los primeros proto-flequillos: mechones cuidadosamente rizados que caían sobre la frente, especialmente en niñas o en mujeres jóvenes que querían transmitir frescura y delicadeza.
Conclusión
Antes de convertirse en tendencia global, el flequillo era más un lenguaje simbólico que estético. Un recurso utilizado sutilmente para transmitir poder, espiritualidad o estatus. Su consolidación como moda llegaría después, pero sus raíces son tan profundas como la historia de la humanidad misma.