Las pelucas han llegado para divertirnos, para cumplir los deseos de nuestra inspiración, para empujar nuestra reinvención. Sin ellas muchos peluqueros no podrían materializar sus sueños hechos a base de paciencia, maestría e ingenio.
Las pelucas toman la forma de las horas, las huellas que las acarician con talento. Son el reflejo de una chispa de luz mental y a la vez reflejan la esencia de quienes somos.
Cada una de ellas puede acoger un mundo y a través de él puede hacerte viajar a otro universo. No se trata de disfrazarse, de taparse y ocultarse, sino de expresar libremente lo que uno es, poner un altavoz a la identidad con toda su complejidad.
La extrañeza de formas y texturas recogen los recovecos del alma, se enfrentan a los dogmas, contradicen las leyes de la física y también vencen con frivolidad esa solemnidad que a veces nos aplasta.
Las pelucas han venido a contar historias y para ello surgen del deseo transformándose en forma.
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