La permanente, técnica revolucionaria en el mundo de la peluquería, tiene su origen en el siglo XX y marcó un antes y un después en la forma de estilizar el cabello. Esta innovadora técnica permite transformar el cabello liso en rizos duraderos mediante procesos químicos y mecánicos.
El primer antecedente de la permanente se remonta a 1906, cuando Karl Nessler, un peluquero alemán, desarrolló un método para rizar el cabello de forma semi-permanente. Nessler creó un dispositivo que utilizaba calor y productos químicos para ondular el cabello, un proceso que, aunque efectivo, resultaba largo y algo incómodo. Su primera demostración fue realizada en Londres, y a pesar de las dificultades iniciales, su invento tuvo un éxito notable entre las mujeres de la época, ansiosas por lucir rizos voluminosos.
En los años 20 y 30, el método de Nessler fue perfeccionado, y la permanente comenzó a ganar popularidad a nivel mundial. Los avances en la química cosmética permitieron la introducción de productos menos agresivos, lo que hizo el procedimiento más seguro y accesible. A partir de los años 50, la aparición de técnicas de permanente fría (sin necesidad de calor) revolucionó aún más el mercado, consolidando la permanente como una práctica habitual en los salones de belleza.
El impacto de la permanente no se limitó a lo estético. Su auge reflejaba los cambios sociales y culturales de cada época, desde el glamour de los años dorados de Hollywood hasta los rizos exuberantes de los años 80.
Hoy en día, aunque su popularidad ha disminuido frente a estilos más naturales, la permanente sigue siendo un símbolo de innovación y creatividad en el cuidado capilar, testimonio de cómo la técnica y el arte pueden transformar nuestra imagen.